viernes, 17 de abril de 2009

Discurso / Raúl Armendáriz

OSWALDO RIVERA VILLAVICENCIO:
INCANSABLE OBRERO DE LA PLUMA


Oswaldo va para octogenario y mucho más y durante su larga y bienvivida, honorablemente bienvivida existencia, no ha dado descanso a su quehacer intelectual: leer, investigar y escribir, también, desde la cátedra, desde la conferencia, el periodismo, el debate, el encuentro, desde el diálogo cotidiano y, por supuesto, desde las merecidas funciones encomendadas: los rectorados de los respetabilísimos y decidores Colegios: Vicente León y Victoria Vásconez Cuvi y desde su no menos significativa y proyectiva presidencia de la Casa de Cultura, núcleo de Cotopaxi, cuanto desde el emblemático Grupo literario Galaxia.

"La sencillez y naturalidad son el supremo y último fin de la cultura", argumenta el filósofo alemán Federico Nietzsche. Ello le viene bien no solo a la poesía, ensayo, periodismo, cátedra de Oswaldo, sino a su propio existir, a su existir social y personal. De ahí la reverencia que le profesamos quienes tenemos el privilegio de compartir sus experiencias vivenciales.

Ayer, nos latacungeñizaba con sus Cantos Terruñales. Nos sensibilizaba con Presencia y nos humanizaba con Homenaje al niño, obras publicadas del 65 al 69. Más tarde vendrían: La moral en las actividades humanas. Simón Rodríguez, pensador y maestro. Juventud y Angustia. Leyendas y tradiciones quiteñas, para recordar algunos de sus libros. Cuánto has dado, querido Oswaldo, a tu ciudad, provincia y país; lo sabían ustedes, lo recuerdan o ya lo han olvidado. El olvido, la desmemoria, en nuestro país, quien lo creyera, es el homenaje más puntual para el escritor.

Ahora, confirmando su incansable vocación de obrero de la pluma, nos entrega un nuevo libro: La literatura en el Pasillo Ecuatoriano. Una visión que confirma que las artes, lejos de ser impermeables unas a otras, se corresponden, fraternizan, se requieren y se explican. Por ello, Rivera, ha investigado letras, autores, compositores, intérpretes, historias y literaturas; trabajo moroso, paciente y generoso por aglutinador, multiplicador, didáctico, incluyente y no menos acertado en el análisis textual de letras y ritmos en correspondencia con el entorno histórico-social que los gestó.

Gracias a esta ardua tarea de estudio, el pasillo, canción mayor de nuestra identidad colonial y, sobre todo, republicana, se revalora, se desrutina, nos llama a la reflexión y, queramos o no, nos acerca, nos reintegra, nos autentifica musicalmente en lo nuestro. Ese nuestro que se resiste a la fractura globalizante auspiciada por un mercado transnacional que, por sobre respeto y valoración a la diversidad cultural de los pueblos, impone una voracidad de mercado que no conoce otra filosofía que la de sus réditos económicos. Por ventura, obras como las de Oswaldo Rivera Villavicencio, nos permiten reflexionar, autointeriorizar, rememorar, reencontrarnos y poner a buen recaudo nuestras raíces en peligro de extinguirse. El autor de Literatura en el Pasillo, nos obliga, nos impone, a sentir lo propio, sin justificativos vergonzantes. Basta de renunciar a nuestra huella digital, basta de plastificarnos, parecería, mandatoriamente, conminarnos el escritor. Pues, no podemos ni debemos renunciar, renunciarnos, a cambio de la simulación u adopción ciega, irreflexiva, vergonzante de lo extranjero. Si el sí podemos deportivo, ha calado tanto en nosotros, por qué no complementarlo con el sí somos y asumirlos como actitud diaria de vida nacional.

Pero, no se entienda que estamos proponiendo, ciegamente, cerrar las puertas a lo extranjero para invalidarlo; pues no, porque a más de ser imposible y condenable, tenemos que aceptar que la cultura tiene la potestad de desconocer fronteras. Pero aceptarlo sin renunciación, sin suplantar lo nuestro; sino como aporte, como natural proceso de correspondencia intercultural. Es más, como proceso dialéctico consciente, lúcido, adaptado y no atentatorio a nuestra forma de ser. Al respecto, vale recordar a Jorge Enrique Adoum, quien sostiene que: "la única argamasa posible para unir lo que nos queda es la conciencia de un país esplendoroso por su multiplicidad geográfica y humana, llena de posibilidades que el mismo ignora, tal vez por temor o por pereza, y que debe hacerse o seguir haciéndose".

Asumiendo la invocación optimista de nuestro gran poeta Adoum, deberíamos concientizarnos que: estamos obligados a seguir haciendo, haciéndonos; diferente, muy diferente y alienante, a que nos den haciendo y menos imponiendo.

Literatura en el Pasillo Ecuatoriano, es un libro que, precisamente, contribuye a favor de esa argamasa que nos une y robustece como conciencia de país. Por ello, sin ambages, hay que aplaudir, admirar y agradecer el aporte de nuestro intelectual, muy nuestro, Oswaldo Rivera Villavicencio.

Literatura en el Pasillo Ecuatoriano nos lleva a reflexionar sobre el ser del pasillo, a más de puntualizar su relación estrecha, justificable y complementaria con la literatura; sobre todo con la poesía, cercanía también con la danza, teatro, interpretación vocal e instrumental. Pero hay algo más, nos ayuda a descubrir, asombrados, lo que subyace detrás del pasillo, esos inéditos elementos históricos, geográficos, antropológicos, étnicos, regionales, religiosos, políticos que sustentan su forma de ser, nuestra forma de ser. Recuérdese, por ejemplo, que el pasillo en sus orígenes, finales de la Colonia e inicios de la República, es requerido por la sociedad burguesa, semifeudal, criolla y chapetona -pelucona, en lenguaje de moda- como modalidad musical de clase alta, pues, al venir del vals europeo, con aportes vascos, portugueses, franceses; del vals alemán, austríaco, fue adoptado como el distintivo de la clase social encopetada que evitase que lo popular " desmereciera" sus reuniones sociales pretendiendo mantener, así, alejados al bambuco y la guabina; al danzante, la bomba y la tonada; por citar algo de lo popular colombiano v ecuatoriano.

Viene al caso precisar que el pasillo es resultado de una mixtura europeo-latinoamericana que se adapta y adopta en Centro América, Nicaragua, Salvador, Panamá..., para extenderse, progresivamente, por Venezuela, Colombia, Perú. En nuestro país, "oficialmente", si me permiten el término, se dice afianzarse en el período de Ignacio Veintemilla. Pero, las manifestaciones culturales de nuestros pueblos no aparecen de la noche a la mañana y menos por decreto oficial; ellas se van construyendo, haciendo y no cesan de consumarse; un hacer en el que todos, en más o en menos, queramos o no, somos partícipes. Un hacerse, dialéctico, interminable, siempre inacabado. De ahí que no creo estar equivocado al sostener que el pasillo estará siempre creándose, pues, pese a lo europeo inicial de su gestación, el pasillo se ha hecho, hace y seguirá haciendo en un proceso transnacional y transregional a perpetuidad. Ya lo hemos confirmado algunos argumentos que nos obligan a reconocer ya no al pasillo, sino a los pasillos: pasillo centroamericano, colombiano, ecuatoriano, serrano, costeño, muy nuestros, con sabor localista: el de las zonas bajas, exuberante, alegre y bailable como sus selvas y sus marinas playas y el de las serranías, más reposado y nostálgico como la religiosa soledad de nuestros pajonales.

Oswaldo, nos invita a desentrañar esos antecedentes poco advertidos, ocultos, ignorados y hasta autoignorados por falta de conciencia de lo nuestro o, como dijera Jorge Enrique Adoum, "por temor o por pereza". Yo agregaría, también y sobre todo, por vergüenza, pues, la adopción injustificada de creernos inferiores a lo extranjero aligera el grave defecto de un lloriqueo que terminaría por descastarnos, debilidad conciencial que se traduce en la desvergüenza de creer que lo extranjero, sí; lo nacional, no. Y más sí a ello se suma la complicidad oficial expresa, cuyo sistema educativo y otros gubernamentales más, han desnacionalizado la enseñanza, debilitando la conciencia nacional en la formación de nuestros niños y jóvenes, pequeña despreocupación o tamaño interés colonizador venido desde fuera y obsecuente a qué intereses inconfesados, fáciles de intuir.

Vale agregar que el pasillo, o mejor, los pasillos, que nacen a expensas del afán individualista de clase, de la burguesía semifeudal- criolla, pronto se afianzará en la clase media y más en la popular, porque la infrahumanidad física que esta última injustamente vive, coincide con el desarraigo filosófico de las letras de los pasillos; cuyo contenido se hace carne, más vivencia dolorosa que en cualesquiera de las otras clases sociales.

La literatura que sustenta al pasillo, los pasillos, es la poesía; de ahí que Rivera tiene la acuciosidad de recordarnos que no hay derecho a ningunear al pasillo latinoamericano, al pasillo ecuatoriano, nuestro- pues, junto a grandes musicólogos e intérpretes están las creaciones poéticas de escritores de renombre, muchos reconocidos universalmente, a saber: Jorge Carrera Andrade, Félix Valencia, José María Egas, César Andrade y Cordero, Augusto Arias, Alejandro Carrión, Medardo Ángel Silva, Ernesto Noboa y Caamaño, Arturo Borja, Humberto Fierro; autores nacionales a los que añadiría algunos latinoamericanos -confirmando la tesis plural de que el pasillo, no es único ni nacional, sino plurinacional, latinoamericano como los mexicanos Manuel Acuña y Juan de Dios Peza, el colombiano Julio Flores, la argentina Rosario Sansores y tantos y tantos más a los que me veo obligado omitir por razones obvias; pero que Oswaldo los recuerda y estudia con la obsesiva prolijidad del orfebre, descubriéndonos datos insospechados, sorprendentes.

Nuestro escritor, Oswaldo Rivera Villavicencio, aprovecha su condición de ensayista, poeta, musicólogo, compositor e intérprete, inclusive; para ilustrarnos sobre autores, letras, compositores e intérpretes, desde un análisis didáctico que, generosamente, robustece nuestro ser nacional. Hilvana, morosamente, reflexiones y datos decidores sobre pasillos, en su mayoría, familiares a nuestra memoria musical ecuatoriana.

Concluye, invocando a que las nuevas generaciones perpetúen la memoria del pasillo nacional, invocando a que asuman la tarea de continuar su creatividad, aportando elementos nuevos, innovadores, sesudos, fundamentados, respetuosos de la esencia de lo propio, sin aventurar la originalidad a la ligereza, improvisación y peor a la notoriedad ligera y banal del inmediatismo vanidoso y mercantil. Que no se olvide, jamás, la misión educativa del arte y menos la responsabilidad futura que ello significa.

Estimado, respetado y admirado Oswaldo, gracias por tu incansable vocación de obrero de la pluma. Gracias por este nuevo aporte. Sé que vendrán más. Aplaudo tu quehacer incansable, tesonero, ejemplo para la juventud y para muchos de nosotros. Perteneces, sino lo sabían, a la generación latacungueña que, como ninguna otra, ha tenido la entereza de escribir más páginas que las generaciones anteriores. Por ello, es de esperarse que el Ministerio de Cultura, la Casa de la Cultura Ecuatoriana, la Casa de la Cultura Núcleo de Cotopaxi, por qué no el Cabildo, la Prefectura y más autoridades, aprovechen la coyuntura de la Asamblea Nacional y la redacción de las normas de la nueva Constitución, para que se incluyan, con sobrado derecho de méritos, estímulos pecuniarios. También el obrero de la cultura lo necesita y se merece. Si para un concurso de Miss Universo se invirtieron 14 millones de dólares. Si para otros similares se procede con igual liviandad, si para la corrupción hemos contribuido con tanto y tanto dinero, por qué no para quienes vienen de ofrendar su vida en los diarios, silenciosos y no menos dolorosos desvelos de la creación cultural.

Espero que ustedes también, como yo, celebremos la presencia de nuestro escritor Oswaldo Rivera Villavicencio y su nueva obra La Literatura en el Pasillo Ecuatoriano y espero que lo celebremos como se debe celebrar, leyendo: La Literatura en el Pasillo Ecuatoriano.

Finalmente, felicito a la Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo del Cotopaxi por auspiciar este evento, uno de los tantos que, infatigablemente, se viene ofreciendo a nuestra ciudadanía y gracias, además, Sr. Presidente, por honrarme y permitirme participar y estar, como siempre, de vuelta a mi entrañable y siempre añorada, nunca renegada, ciudad de origen.

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